SEMANA INTERNACIONAL DE CINE DE VALLADOLID
                                           - 62 edición -
                                                      octubre 2017

por Miguel Saiz

Ray Loriga y el postureo de la Seminci.

 Vaya por delante que utilizar el término postureo a mi también me da repelús, a pesar de que ya hasta la Rae se ha pronunciado a favor de su uso, pero no encuentro uno mejor para definir en lo que se ha convertido el Festival de cine de la ciudad.

La Seminci es un evento vacío, hueco, sin personalidad; pensado y ejecutado para engañar a los que ponen la pasta. La participaciön de Ray Loriga este año es un ejemplo. Después de muchos años de participación periférica, en éste me he comportado como un “semincero". Una media de dos o tres películas al día, paseos a ritmo vivo desde el Calderón al Broadway, cafés rápidos en el Minuto con participación activa en los corrillos tras las pelis...y clases magistrales.

Loriga ha sido el elegido este año para cubrir la cuota de intelectualidad underground en el festival. Además de ejercer como portavoz del jurado, ha protagonizado una charla sobre las intersecciones entre el cine y la literatura, en una de las actividades paralelas con las que los organizadores pretenden barnizar de pseudocultura su muestra. A mediados de los noventa, en la facultad de filosofía y letras, todo el que escribía y no tenía pinta de seminarista, quería ser Ray Loriga. Envidiábamos su pose y la puesta en escena de sus primeras novelas Lo peor de todo o Caídos del cielo, que abrían la autopista literaria del llamado realismo sucio. Reconozco que a partir de Trífero, ni siquiera me preocupa si continúa escribiendo, pero  me pareció ineludible acercarme al aula Mergelina de la Universidad a escucharle, para cumplir con mi plan de empaparme del Festival.

Aforo completo y Ray que aparece con un atractivo aspecto de outsider cuarentón con el que no cuesta identificarse. Vuelvo a querer ser Ray Loriga. Echo un vistazo al díptico y reparo en el título de la conferencia: Clase magistral, una muestra más de la grandilocuencia que envuelve todo este tinglado de la Seminci. En la sala, dos tipos de asistentes: los nostálgicos de los noventa y un grupo de jóvenes, supongo que estudiantes de los alrededores audiovisuales, animados por el título de la convocatoria. A los diez minutos, la mayoría de ellos ya estaban toqueteando las pantallas de sus teléfonos, y yo volvía a renegar del ídolo.

Ray había puesto un abúlico piloto automático, para llevarnos por el top cincuenta de las adaptaciones de novelas más conocidas de la manera más insustancial. Todo muy Seminci. La charla se convirtió en un cúmulo de obviedades y ejemplos manidos, dentro de una puesta en escena obsoleta y aburridísima. Sólo palabra de Ray. Hace unos años que dentro del entorno universitario se camina hacia la transformación del concepto de clase magistral. Se eliminan los estrados, se fomenta la participación de los oyentes, se difumina la presencia autoritaria del maestro y se utilizan todos los recursos audiovisuales a los que se puede acceder.

La de Ray Loriga fue un perfecto ejemplo de conferencia de hace veinte años. Un perfecto ejemplo de lo que es la Seminci,    postureo “cultureta”, en el que aparece el ladrillo en cuanto rascas mínimamente. Por suerte, la cosa no superó los setenta minutos. La clase magistral termina con Ray empequeñecido, cada vez más diminuto, con una pantalla XXL intacta, con una foto suya detrás que hubiese sido su salvación, llevándome  a la conclusión de que, por sus confesiones, al final he conseguido ser como Ray: a mi también me encanta el fútbol, soy un borracho y tengo principio de coulrofobia.

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