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LA SEMINCI, EL FESTIVAL DEL HOMENAJE...
Conclusiones
por Jorge D. González
Si hacemos un repaso a la trayectoria completa de un Festival de Cine, podemos recopilar muchas anécdotas, observar su evolución año a año, redescubrir a cineastas hoy pasados de moda o valorar sus éxitos, fracasos, alegrías y decepciones. El equipo de la organización, personificado en la figura de su director, va forjando año a año un sello que sirve para promocionarlo internacionalmente. Dependiendo de los nombres conocidos que acudan a la cita, el riesgo de la programación o los aspectos culturales y humanistas que contengan las diferentes secciones, la cobertura mediática será de un tipo o de otro, pudiendo acudir medios nacionales, internacionales, culturales o simplemente cinematográficos.
Todo ello conforma un conjunto de cualidades propias que distinguen al evento por su modo de ser ante los demás, es decir, conforma el carácter propio del Festival. Históricamente, la SEMINCI ha supuesto una gran aportación cultural a la ciudad de Valladolid, en particular, y a la cultura española en general. Durante mucho tiempo, la Semana Internacional de Cine ha llevado la vitola de cine de autor y grandes nombres de las últimas décadas han sido descubiertos en el Festival: Atom Egoyan, Ken Loach, Goran Paskaljevic, Yilmaz Güney, Matías Bize, etc. El Nuevo Cine Alemán, los experimentales americanos de los años setenta, el neorrealismo chino son algunos de los ejemplos que han sido presentados en primicia para todo el país, asentando a la SEMINCI dentro de un circuito internacional como cita obligada para los cinéfilos y periodistas.
En los últimos años, la competencia con otros festivales españoles, como Gijón, Las Palmas, Sevilla y ahora la Mostra de Valencia, ha hecho que cada uno tenga que buscar su sitio, sus ojeadores y sus propios contactos internacionales. Debido a una ley no escrita y absurda, que impone que las películas tienen que ser primicia nacional, no pudiendo haber sido presentadas previamente en otro festival español, todos se pelean por tener las competencias exclusivas para traer una u otra película.
Por otro lado, la democratización del cine con la aparición de los nuevos medios digitales ha multiplicado la oferta, facilitando el acceso a los artistas de los nuevos materiales digitales. Esto provoca el visionado de muchas más películas que antes, hasta encontrar aquella que merezca realmente la pena, lo que abre nuevas perspectivas pero también ralentiza y complica el proceso de selección.
Los ciclos y las secciones paralelas dan una idea del papel que el Festival quiere representar dentro del mundo cinematográfico. En la SEMINCI, este año se han realizado dos retrospectiva: el tradicional español, con la obra integral de Carlos Saura; el Internacional, recordando al cine de la Nouvelle Vague; y un pequeño ciclo-homenaje a Ettore Scola, debido a su invitación como presidente del Jurado Internacional. Estas propuestas se completaron con las habituales secciones paralelas de otros años: Spanish Cinema, Tiempo de Historia y Punto de Encuentro.
La idea de realizar una retrospectiva sobre la Nouvelle Vague cuando ya han pasado cincuenta años no tiene otro sentido que el del homenaje. Es un ciclo, a mi juicio, más propio de Filmotecas y de Instituciones que de un Festival de Cine. Todas las películas se han visto ya muchísimas veces y al cinéfilo o el crítico de cine no le suscita ningún interés. Lo más difícil es sin duda hacer un ciclo en torno a un concepto, mezclando películas conocidas con pequeños descubrimientos, regulados por unas pautas que marcan la selección. Programar algo de lo que se ha escrito muchísimo cuando ya han pasado cincuenta años no tiene mucha lógica, salvo si se relaciona con algo nuevo, con algo actual, como ha intentado realizar San Sebastián con los nuevos franceses, aunque sin el éxito ni la conexión intrínseca que todo ciclo debe tener.
El ciclo de Carlos Saura, completado con una gran exposición en el Museo Patio Herreriano, no deja de ser otro homenaje, al igual que el de Ettore Scola. A parte de homenajes, también un Festival de Cine debe estar dedicado a abrir nuevas vías de investigación, porque si no, empieza a vivir del pasado y pierde el rumbo de su posible futuro.
En la Sección Oficial se repite el mismo defecto. Volvemos a descubrir que las películas más interesantes son de directores muy consagrados, con algunos que ya tuvieron su época de esplendor hace más de treinta años. Esta política puede ser buena, si recuperamos cineastas que son despreciados por la crítica, porque simplemente no están de moda. Además, también se les da un reconocimiento a directores que han hecho historia en el Festival, como Ken Loach o Goran Paskaljevic, que siguen realizando muy buenos trabajos. Cine joven y renovador no significa el realizado por personas de menos de cuarenta años, sino el cine arriesgado que abra nuevas vías y que sirva como instrumento de la realidad. Probablemente, tomando como regla esta premisa, The Girl Experienced, de Steven Soderbergh es el film más cercano a esta forma de pensamiento. Sin embargo, a nivel de contenido e interpretación, Adam Resurrected, de Paul Schrader, fue una de las mejores películas de la SEMINCI en los últimos años.
En Tiempo de Historia se destaca este año por la presencia de mucho documental político. Son documentales muy analíticos en los que se requiere una gran cantidad de datos para demostrar las tesis y que si no se acompañan de la sutil ironía y una gran estructura que aporte ritmo y consistencia al film, el proyecto se viene abajo. El documental sobre la actividad política de Gary Kasparov, In ‘t heilige vuur van revolutie (En el santo fuego de la Revolución), de Masha Novikova; From somewhere to nowhere (De algún lado hacia ninguna parte), del suizo Villi Hermann; y el más clásico It might get loud, Davis Guggenheim, EEUU han sido los más interesantes a mi juicio. Aún siendo el documental un terreno para experimentación, no hemos visto mucho riesgo ni originalidad, destacando algunos por su valor humanista o histórico más que por la exploración de nuevos caminos, echándose en falta trabajos de años anteriores tales como Das Herz von Jenin (El corazón de Jenin) o la excepcional Trouble the water.
Otro dato importante en el análisis es la españolización del Festival. El cine español tiene cada año más cabida en todas las secciones, resultando la mayoría producciones de calidad cuestionable en calidad y riesgo. A pesar de todo, esto es aprovechado para traer a rostros famosos que llamen la atención del público y que permitan hablar de la SEMINCI en varios medios nacionales. Tal vez sean otro tipo de homenajes, esta vez a personalidades del mundo del cine que todavía siguen en activo.
Llegados a este punto, cabe preguntarnos cuales son las cualidades que todo Festival serio debiera tener, las cuales no están en relación con que las películas sean mejores o peores, sino con los valores que ese cine debe contener, eliminando las etiquetas de cine independiente, de autor, cine freak o alternativo. Esas cualidades que se buscan, son muchas pero dos son las fundamentales: descubrir y recordar.
El problema con SEMINCI es su encadenamiento a un concepto antiguo del cine de autor. Traer a grandes clásicos de los años setenta y ochenta que hoy permanecen en el olvido puede ser un gran acierto: el de recuperar un cine que hoy está perdido. Me refiero concretamente a Paul Schrader, Steven Soderbergh, Theo Angelopoulos o Goran Paskaljevic. Pero también es evidente que cada festival también tiene que descubrir nuevos valores que renueven esos principios fundamentales que han forjado su sello personal. La política de homenajes y la aglomeración de actores de fama nacional han conseguido que el público de la ciudad pierda de vista la senda del cine de vanguardia actual, convirtiendo al Festival en un evento sin carácter propio y ni sentido definido. Cada año SEMINCI vive más de los recuerdos, y quien se queda en el pasado olvida el acto de caminar hacia el futuro
Jorge D. González -nov'09-
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